Todos hemos escuchado alguna vez frases como “la TV te deja tonto” o “esa caja te lava el cerebro”. Los padres las usan a menudo para intentar alejar a sus hijos de las pantallas. Pero, ¿realmente la televisión puede pudrir tu cerebro?

Hasta ahora, no había ninguna evidencia científica de ello. Es por eso que todos hemos ignorado esta recomendación de los 2000, para hacer maratones de hasta 8 horas en Netflix o Disney+.

Mas esos bellos momentos podrían llegar pronto a su fin, pues un estudio reciente sugiere que ver mucha televisión puede conducir a la pérdida de materia gris.

¿Qué le pasa al cerebro cuando vemos mucha televisión?

Viendo un maratón ´de películas / Vía Pixabay

Ryan Dougherty, investigador en la Escuela de Salud Pública Bloomberg de Johns Hopkins, comprobó que el cerebro se encoge después de 2 horas y media viendo televisión. Esto debido a que empieza a perder materia gris, el hogar de las neuronas que realizan la mayor parte de nuestro procesamiento mental.

Así que, superar esta media de horas diarias puede causar la aparición de transtornos mentales como la esquizofrenia, o afectar funciones cognitivas tan importantes como la memoria. En pocas palabras, pudrir nuestro cerebro.

Para dar con este hallazgo, Dougherty y su equipo analizaron los hábitos televisivos de 599 adultos estadounidenses. En lugar de observarlos en tiempo real, se les preguntó cada 5 años por su media de horas viendo la TV. Una pregunta que se repitió desde el año 1990 hasta finales de 2011.

Las personas que veían alrededor de una hora y media más de televisión al día, aproximadamente 3,5 horas, vieron reducido su volumen cerebral en aproximadamente un 0,5 %. Y por cada hora adicional de televisión diaria, el volumen de masa gris se reduciría otro 0,5%.

«Este porcentaje puede parecer pequeño, pero el pensamiento científico dice que preservar la integridad de nuestro cerebro puede retrasar el deterioro cognitivo relacionado con la edad».

Ryan Dougherty

 

Un descubrimiento importante para niños y adultos

Control de la televisión / Vía Pixabay

Esta reducción cerebral afectaba por igual a las personas, sin importar su edad o género. Sin embargo, el equipo notó que la televisión puede pudrir especialmente el cerebro de los adultos entre 30 y 50 años.

Al realizar resonancias magnéticas, Dougherty notó algo curioso.

  • Los adultos que se distraían con la TV tenían una corteza entorrinal y prefrontal más pequeñas de lo normal. 
  • Además, aquellos que veían más de 3,5 horas de tele al día tenían problemas de memoria verbal.

Estos participantes informaron haber visto en promedio 2,5 horas de televisión cuando tenían 20 años. Sin embargo, esa cifra cambió con el paso del tiempo, por lo que se desconoce si esta reducción acelerada tiene alguna relación con la edad o no. 

Lo único seguro es que ver demasiada televisión puede pudrir tu cerebro.

“Hay otras actividades sedentarias, como los juegos de mesa y los rompecabezas, que sí podrían ayudar a preservar la materia gris. Deje el control remoto y resuelva algunos crucigramas”.

Ryan Dougherty

Cuidado con la televisión, o te puedes “pudrir” el cerebro

Error en el televisor… ¿o en el cerebro? / Vía Pixabay

Este es un descubrimiento importante. Dougherty cree que los resultados de su investigación ayudarán a incentivar futuros estudios sobre actividades para preservar el volumen de la masa gris. 

Sobre todo porque la demencia, la atrofia cerebral y el deterioro cognitivo empiezan a partir de la mitad de la vida. Por lo tanto, es importante modificar los comportamientos perjudiciales lo antes posible, aunque uno de ellos sea nuestra mayor fuente de entretenimiento: la televisión.

Así que este estudio es una advertencia para aquellos que se distraen con la televisión: esa pantalla podría pudrir tu cerebro si no tienes cuidado. 

Lo ideal, a partir de ahora, sería ver solo 2, 5 horas al día. Sin embargo, sabemos que romper un hábito es difícil y probablemente muchos sigan haciendo maratones en Netflix. 

Referencias:

Long-term television viewing patterns and gray matter brain volume in midlife https://doi.org/10.1007/s11682-021-00534-4