“¿Quieren un cafecito, agua, jugo…?”, preguntó para romper con esas emociones que le provocaba el saber que iba a tocar un tema del que nunca antes había hablado. “Yesenia, hazme el favor, lleva los niños al parquecito”. De esta manera dejó claro que no estarían en la entrevista. Luego explicó que no quiere que ellos escuchen su historia porque no tienen edad para comprenderla.
“Cuando estén más grandes les diré sobre mi sufrimiento, pero dejándoles saber que ellos son una bendición en mi vida, tal vez lo que yo no fui en la de mi mamá porque ella me vendió, sí, me vendió…”. No se cansa de citar esa palabra que retumba en su mente. Llora desconsolada y se le da su espacio.
Un momento largo transcurrió para que se calmara un poco y continuara su relato. “Yo jugaba muñeca a los 12 años, porque debo decirte que cuando pasó todo, me faltaban días para cumplir los 13”. Respira profundo para no llorar, pero es en vano. Se recupera un poco y prosigue: “El día que ella me salió con eso, yo estaba jugando con mi mejor amiga. No lo podía creer, precisamente hacía tal vez dos meses que yo le había dicho muy contenta que me había formado”. Esta parte provocó llanto no sólo en ella…
Momento de la noticia
“Nunca olvidaré ese día. Hace 11 años de eso y nunca lo he podido borrar de mi mente. Ella me llamó para su habitación, me sentó en la cama y con su cara muy limpia me dijo: ‘Tú sabes que yo debo unos cuartos gordos, y no tengo cómo pagarlos. Fulano está interesado en ti, ayúdame con eso, júntate con él’. Me quedé muda”. No logra dejar de llorar y una persona que vive en su casa le pasa un vaso con agua.
Cerca de 10 minutos después, pide excusa “porque le estoy haciendo perder el tiempo”. Se le dijo que no había problema, que lo importante era que se desahogara. Eso la tranquilizó. Se paró del sofá con estampado de rosas moradas y gris donde estaba sentada, y colocó una silla en la puerta de entrada para que le diera la brisa.
Ya acomodada, la dueña de este relato que parece sacado de las cavernas continúa contando: “Yo quedé seca cuando ella me dijo eso y peor aún, cuando me dijo con quién, y ahí mismo yo le respondí: ‘pero ese hombre es más viejo que abuelo, cásate tú’. Me dio por la cara, dizque por ‘malcriá’, y yo salí y me acosté en la camita en la que dormía con mi hermanita de nueve años”. En esta ocasión mostró rabia y evidencias de que aun no ha perdonado a su madre, aunque falleció por Covid-19 hace cerca de un año.
“No me valió patalear”
Al día siguiente, se levantó como a las 11:00 de la mañana porque no pudo pegar un ojo. Por suerte, estaba de vacaciones. “No comí nada en el día entero. Una amiguita me llevó un chocolate de agua y ni eso quise. Como a las 7:30 de la noche llegó ese hombre y ella le pasó un bulto con cosas mías, y nunca se me olvida que le dijo: ‘Mírela ahí, es suya’. Eso me marcó para siempre”. No hay que describir la escena. Prosigue en medio del llanto: “Él me agarró la mano y yo me solté. Lo único que le dije fue que yo era una niña, y él y mi mamá, dos abusadores. Me dijo que me callara, que él lo que quería era cuidarme”. ¡Vaya cuidado! Por “casarse” con esa menor que aún jugaba con muñecas, le pagó una deuda de 35 mil pesos que tenía su mamá con dos personas.
Ser madre adolescente le ha provocado serios problemas de salud
“El primer día que ese señor me llevó para su casa, a mí me dio de todo. Vomité, me puse malísima y tuvo que llevarme al médico. Cuando le preguntaron que qué era mío, dijo que era mi papá y yo loca por decir la verdad”. Sus lágrimas hablan por ella y dejan claro que no se atrevía porque sabía lo que podía pasarle.
Como a las 10:00 de la noche, él llamó a su madre y esta fue a ver qué le pasaba a su hija. “Cuando yo vi a esa mujer, ahí fue que me puse mala de verdad, me dio un ataque de pánico. Y tuvieron que dormirme. Cuando desperté estaba más tranquila, pero no tenía fuerza, señores, es que yo era una niña, una niña…”. Al decir eso provocó el llanto de todos los presentes.
Como a la 1:00 de la madrugada, se fue a su nueva casa con el verdugo “que me compró por 35 mil pesos”. Eso lo dijo ella asqueada. Pasaban los días y ella solo lloraba y no quería comer. “Le agradezco a una vecina que él tenía, una mujer que se portó conmigo como una verdadera madre. Ella me aconsejaba, me daba de la comida que hacía, y nunca olvido que me dijo: ‘¡Ay, mi hija, estate tranquila, tú sabes que ahora los hombres matan por cualquier cosa!’. Como ya yo le había perdido amor a la vida y todo me daba lo mismo, no me quedó de otra que aceptar lo que me tocó”. En este momento, la joven que vestía una camiseta rosada con un pantalón negro ajustado que dejaba ver su bien formado cuerpo, coge fuerza para poder decir lo que sigue.
Reza antes de hablar. “Yo no tenía conocimiento pleno de lo que eran las relaciones sexuales, aunque no te voy a negar que soy de una época moderna y de tecnología, pero vivía en un campo, no disponía de teléfono ni nada de eso. Solo televisión. Pero llegó ese día, y no quieran ustedes saber lo fuerte que fue eso para mí”. Llora, pero de inmediato le agrega lo peor: “Para mi ‘suerte’, ese mismo día quedé embarazada”. Una confesión desgarradora.
El tiempo pasaba y su vida era cada día más difícil. Ella admite que, en efecto, él no la maltrataba, no le faltaba nada, y no se negaba a que siguiera sus estudios. “Pero en realidad, el maltrato más grande fue comprarme. Ni muerto lo he perdonado”. Sobre esa parte cuenta que él tenía varias complicaciones, pero que fue la diabetes la que lo mató cuando él tenía como 67 años.
Abandonó la escuela
Dejó los estudios. No lo hizo porque no quisiera estudiar ni porque su “esposo” se lo prohibiera. “La dejé porque me daba vergüenza que supieran lo que me pasó. Claro, algunos lo sabían, y una maestra fue donde la mujer que me parió, y le dijo de todo, y lo que le respondió fue que ella era mi mamá y que hacía lo que le diera la gana conmigo”. A esto le añade: “Esa dizque madre no tenía escrúpulos”. “Dios la perdone”, murmuró entre dientes.
Cuando la hicieron mudarse con el hombre con quien procreó sus dos hijos, ella cursaba el séptimo curso. “Cuando tuve mi primer niño, nos mudamos a la Capital, y aproveché que ya él estaba grandecito y que se portaba bien, y me inscribí de noche en la escuela. Después salí embarazada de nuevo, y la dejé. Luego volví y la dejé de nuevo cuando él murió, hace como tres años. Este año, si Dios quiere, terminaré el bachillerato y me inscribiré en la universidad a ver si puedo porque no son fáciles estos achaques de salud”. Está decidida a triunfar.
Se le preguntó que qué problemas de salud presenta, y dio una respuesta sintetizada: “Cuando tuve mi primer hijo me dio preeclampsia, y eso me descontroló la presión y me ha vuelto nada. Sufro de depresión y de ansiedad, pero tengo que ser fuerte por mis hijos que solo me tienen a mí”. Ellos tienen dos hermanas de padre que viven fuera del país y no los conocen. Por parte de ella tienen una tía que, aunque solo tenía nueve años cuando ella se “casó”, siempre ha estado presente. “Quiero terminar diciendo que hay muchas niñas pasando lo mismo que yo, por favor, cuídenlas”. El llanto no la dejó continuar y aquí concluyó la entrevista.
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